A continuación transcribimos una nota publicada en el sitio de golf cronicagolf.com sobre las distintas incógnitas que se tejen respecto de si el golf puede o no ser considerado un deporte.
Llevo jugando al golf desde que era un niño, por lo que nunca me paré a pensar si lo que estaba practicando era un deporte o una simple actividad en la que tenía que meter una pelota en un hoyo. La idea era tan sencilla que superaba las preguntas que, en aquellos tiempos, era capaz de plantearme. Han pasado años desde entonces y me he ido encontrando con personas de caracteres muy diversos que me la han vuelto a formular: “Pero…¿eso es un deporte?”, seguida de una expresión desconfiada. Al principio no sabía a ciencia cierta qué responder porque tampoco me importaba demasiado. “¿Y qué más da? ¡Pruébalo!”, acostumbraba a decir. Hoy día parecemos contar con una solución objetiva y clara, ya que el COI lo ha incluido en los próximos Juegos Olímpicos, en el año 2016. Sin embargo, basta con leer los comentarios a una noticia relacionada con el golf en cualquier medio generalizado para encontrarse con una opinión contraria. “¿Qué hace esto en esta sección?”, “¿se puede hacer deporte fumando?” o “los caddies sí que son verdaderos deportistas” eran algunos de los argumentos que la sostenían.
Todavía no me he encontrado con alguien que lo haya practicado una sola vez y opine firmemente que no lo es, pero también entiendo la desconfianza que genera desde la posición opuesta, la que ve a una persona pegando una pelota con un movimiento tan natural como el dar un paseo por el campo. Esto se debe a que no existe una definición clara y contundente que formalice los requisitos necesarios para considerar a una actividad como deporte, unificando disciplinas tan distintas como el fútbol, el salto de altura o el curling. El golf no tiene nada que ver con la dificultad para respirar, la aceleración del ritmo cardíaco durante veinte o treinta minutos o la pérdida de sales minerales, con lo que las dudas que provoca compararlo con una maratón son comprensibles.
En una sociedad que confunde quemar calorías o el correr durante cinco minutos y volver a casa dolorido con practicar un deporte, el golf no tiene cabida y no pretendo incluirlo en la actual beatificación del sudor que rige nuestro tiempo.
Se trata de algo más similar al ejercicio del espíritu, una suerte de liberación de la mente. Todos conocemos a una persona que llega del trabajo conteniendo la rabia y la impotencia generada por lo que considera una situación injusta, o a otra a la que nada le ha salido bien durante semanas y la vida, como quien dice, ha maltratado cruelmente. Existen muchas situaciones en las que la tensión se apodera de nosotros y, de algún modo, el golf es capaz de deshacer todo ese voltaje y transformarlo en un suspiro. Una mezcla entre el aire, el sol y estirar y flexionar el cuerpo son los causantes. Porque el golf funciona a través de una acción física, o algo parecido llamado swing, un movimiento en el que están implicados tantos músculos que hasta hace poco no se sabía cuáles eran más importantes a la hora de generar potencia en el impacto. Pero la esencia de este juego yace en un lugar entre ambos, el cuerpo y la mente, o incluso en su unión, en una idea o término que desconocemos y que debe estar contemplado en alguna lengua oriental (karma, mantra, zen…)
Esto se debe a la forma en que se practica. Puede jugarse por parejas o contra un rival, pero la verdadera competición es contra uno mismo. Cualquier golfista, incluso el peor de ellos, sabe qué debe hacer: hay una pelota y se la debe meter en un hoyo con la menor cantidad de golpes posibles. Pero todos, incluidos los más experimentados, juegan contra la tendencia a desviarse, los altos árboles a la derecha o el gran lago protegiendo el green. Todos pugnamos contra nuestra capacidad para equivocarnos, el límite de nuestras imperfecciones y contra lo que ha hecho la humanidad durante siglos: errar.
Es una lucha solitaria y humilde, donde la fuerza, la velocidad o la altura no son de ninguna ayuda. No se puede forzar sino que requiere de una dulce armonía, un punto donde la concentración se convierte en un estado de ánimo.
Volvamos por un momento al golf comparado con otros deportes. No hay defensas que intenten bloquear el golpe y ningún jugador va a quitar nuestra pelota del fairway, pero tampoco se puede terminar una vuelta y decir: “Hoy nos han ganado, han sido mejores”, o “tienen un talento descomunal”. Nadie tiene la culpa de nuestro resultado, excepto nosotros. Al igual que nos superamos, nos enfrentamos al fracaso mirando únicamente nuestros fallos y desaciertos. Es la razón por la que se pueden ver a jugadores realmente enfadados por el campo, tirando sus palos o maldiciendo los elementos, la suerte o cualquier otra circunstancia, o como decía Mark Twain: “El golf es un buen paseo estropeado”. Pero les aseguro que desde el momento en el que un jugador mediocre tira hacia su bolsa el hierro 3 después de un golpe horrendo hasta que emprende el camino hacia el siguiente impacto existe más humildad y sinceridad que en todos los santos reconocidos hasta ahora. A veces parece una causa perdida, como lo describía Winston Churchill (“El golf es un deporte que consiste meter una bola pequeña en un hoyo diminuto, con útiles inadecuados para ese fin”), y tenía razón porque los golfistas podemos ser muy torpes con nuestras herramientas. Hablamos constantemente de nuestros problemas y caminamos inmiscuidos en un halo de pesadumbre, ¿pero qué se puede esperar de una persona que está luchando contra una voluntad débil, un límite que ha demostrado tener el hombre durante siglos?
Entonces, como llegado de la nada, sucede algo que provoca un buen golpe.
Un putt largo atraviesa el green a través de varias pendientes y entra en el hoyo, el palo toma la cantidad justa de arena desde el bunker y se frena en un palmo de terreno o un drive impacta a la pelota en el centro de la cara del palo y provoca un sonido perfecto, una melodía clara y penetrante en los oídos del golfista. “¡Bang!”. La pelota rompe la ley de la gravedad, atraviesa el aire decidida y con una fuerza inusitada, acaparando nuestra atención y haciendo que una hoja se levante del suelo. En ese momento, tras toda la frustración acumulada, se produce la realización del jugador, o la capacidad para tirar cientos de nuevos malos golpes esperando una nueva oportunidad de experimentar ese contacto divino. Da igual perder el partido, realizar la peor vuelta del año o si el diluvio universal se presenta para dar por finalizada la competencia. Hemos pasado un día con nosotros mismos y, en un instante, nos hemos encontrado con lo mejor que podíamos ofrecer. Lo hemos ejercitado y nos hemos liberado.
¿Es el golf un deporte? Que cada uno saque sus propias conclusiones. Por mi experiencia, los que ya lo juegan no tienen ninguna duda y los que todavía no lo han probado ahora lo conocen un poco mejor. Puede que no se trate de sudar, quemar calorías o alcanzar un estado de forma óptimo, pero durante cuatro horas salimos al campo a enfrentarnos con nuestras limitaciones, sabedores de que terminaremos fracasando y que, en algún momento, por las razones que sean, podemos llegar a encontrar la mejor versión de nosotros mismos. La búsqueda a ciegas por el campo que no pretende encontrar una pelota.
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